viernes, 4 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Una Flor enamorada"


            ¡Hola!... ¿Cómo andan todos?
            Una alegría poder conectarme con ustedes a través del blog y mantener viva esta amistad, que me permite relatar los aconteceres de mi vida y de Tuya, en general. De esta forma siento que en medio de tanta indiferencia social, entre ustedes y yo, logramos un contacto que, aunque anónimo de vuestra parte,  me hace feliz.
            ¡No saben!... ¡Tengo tanto para contarles, que creo que tendrá que ser por tandas!...
      Ayer, mi hija Florencia se vino a media mañana de la carnicería, porque le dolían tremendamente las muñecas y las manos; dejó todo a cargo de Fricasio Méndez (¿se acuerdan?, es el hijo de doña Dora). Antes, Fricasio ayudaba a mi suegro en la carnicería, así que se conoce el oficio de taquito; cuando mi suegro falleció, él siguió trabajando un tiempo más con Flor y después se puso una verdulería. La cuestión fue que mi hija me dio un susto tremendo; estaba re-pálida y tenía el estómago revuelto por el dolor en las articulaciones. Urgente llamé a Silvio (el médico) y le dije: “¡Vení volando que Flor se siente mal!”. Me contestó que estaba descartando muestras de medicamentos vencidos, que cuando terminase, vendría. “Total, tus hijas son re-sanas, no debe ser nada grave”, me dijo. Sí, mis hijas son sanas, pero si sufren o les duele algo, yo me pongo loca, así que encocoritada como una yarará, le aseguré que ¡ya salía para su casa a buscarlo en la moto de Flor! “¡Si vos no sabés andar en moto!”, se burló. “¡Te busco igual!”, le chillé y corté. A los diez minutos estaba en casa, vino con la mujer (Kalvia Nira Delpuente) y sus dos pares de trillizos: las nenas de seis y los varoncitos de tres. Kalvia no podía quedar embarazada y se hizo inseminación artificial (¿se dice así?, ¡después voy a averiguar!). Las dos veces usó ese método para tener hijos y parece que cuando la gente se hace esos tratamientos, pueden tener muchos chicos a la vez. Aclaro: Me dijeron que inseminación artificial para las vacas; a las mujeres les hacen “fecundación in vitro”. ¡Qué sé yo! La cuestión que no es de la forma común, hombre arriba y mujer abajo o a la inversa; o sea, cuerpo a cuerpo, como una lucha, pero de amor. ¡Pensar que a mí me tiran un calzoncillo usado y me embarazo! ¡Era el fantasma que me perseguía cada vez que tenía que hacer el descanso con la pastilla!; al DIU lo rechazaba y las inyecciones no me gustaban. “¿Te vino?”, me decía Raúl con cara de preocupado, por la fecha que me indisponía. No era que nos asustara la llegada de otro hijo, pero estábamos en la lucha por hacer pie, terminar la casa…
          Sigo con el tema anterior: los Andreoli tienen una combi para desplazarse porque con tanto chico, un auto no les alcanza.
            Raúl dice que cuando logre ahorrar unos pesos, me va a comprar un cachirulito y me va a enseñar a manejar; yo le digo que no hace falta, ¡basta que todos estemos bien!
           Silvio revisó a Flor y le pidió que se haga “placas” de las manos y análisis. Me sugirió que me vaya haciendo a la idea, de que esa chica no puede seguir tomando frío y haciendo ese trabajo tan duro; que, no por ser machista, pero no es el indicado para una mujer. Casi salto de alegría, a pesar de la preocupación que tenía por las manos de mi hija. En realidad siempre luché para que fuese más femenina y además no me hacía feliz verla lidiar con esa carnicería, pero ella estaba empecinada y no quería cambiar de actitud. Al final, el médico le dio una inyección de diclofenac y se le pasó enseguida; quiso levantarse y salir para la carnicería, porque le llegaban dos medias reses del frigorífico, pero yo le dije que ni ahí, que de casa no se movía; la tranquilicé, recordándole que Fricasio es un as con la chaira y la cuchilla.
          Me puse a barrer el pasillo que da a los cuartos, pensando que pronto volverían mi marido, Gonzalito y la tía Loly. Golpearon la puerta de calle (tengo timbre, ¡eh!, pero acá en el pueblo se estila golpear las manos o la puerta). Era Ringo Walter, creí que venía a preguntar cuándo llegaría Gonzalito, pero no, venía a ver a Flor… ¡Qué atento!... pensé. ¡Bueno, es que nos aprecia mucho, de alguna forma se enteró y se preocupó por mi hija, al punto de visitarla! Lo hice pasar al cuarto y me fui a la cocina a preparar café; me surgió la duda si Ringo Walter lo quería batido o no y me fui hasta el cuarto de Flor. ¡Casi me desmayo! ¡Ringo Walter y Flor besándose en la boca! No me oyeron entrar, así que salí reculando a punta de talón y cuando gané el pasillo me apresuré a alejarme, para volver haciendo barullo y darles tiempo a que recapacitasen. En mi carrera hacia la cocina, se me cruzó Marianita que venía a mil, porque desde lo de Tamara se enteró que el médico había entrado a casa con el maletín (¡acá se sabe todo!) y pensó en una desgracia; quedé despatarrada en el piso, me ayudó a levantarme y juntas entramos al cuarto de la hermana. Estaban charlando amigablemente, pero yo estaba segura de haberlos visto besándose, ¿o me pareció? “¡Batidito, Fianza!”, me contestó Ringo cuando le pregunté por el café. Mientras lo batía con energía, hasta que quedó cremoso y blanco, pensaba… pensaba…
         Cuando salí de la pieza de Flor dejándoles la bandeja con cafecitos y galletitas, se me apareció de golpe, la cara de un extraterrestre ojudo y de piel verdosa o gris. ¡Ay, como grité!: “¡Aggghhh!... ¡Aggghhhh! Me apreté contra la pared y me tapé los ojos; el corazón se me quería escapar del pecho. Marianita gritaba también: “¡Shut, vieja, pará! ¡es una joda, pará, no grites, relajate!”. Miré por la hendija entre los dedos y la vi con una máscara tipo escafandra en la mano y me abalancé para tirarle un bollo por maldita y hacerme eso, ¡casi me mata del susto! Me dijo que se la habían dado los chicos en el cole, para embromarla por lo de la peli. Con el despelote se acercó Ringo Walter y me apapachaba para que dejase de sufrir, detrás apareció Flor preguntando qué pasaba y él le contestó: “¡nada, mi amor, ya está, volvé a la cama!”. ¿MI AMOR? ¿Cómo, mi amor? ¡Entonces vi bien, se estuvieron besando! Ahí nomás quise que me explicase lo que estaba pasando y me contó que él y mi hija se habían “arreglado” ayer. Me temblaban las rodillas y no podía razonar; mi cabeza era el mismo despelote que el mercado de pulgas, sin pulgas; lo único que atiné a hacer, fue sujetar el escobillón que había dejado apoyado en la pared cuando él vino y comencé a darle escobillonazos por los hombros; Flor intentaba llegar a mí, pero Marianita le ganó de mano y me lo arrebató. Yo no paraba de decirle: “¡Viejo cochino, te creía un amigo! ¡Degenerado, vas a cumplir 36 años y mi Florcita apenas tiene 24!”. Mi hija me abrazó pidiéndome que me serenase, que tanta rabieta me iba a hacer mal, y era cierto, yo parecía un pollo mojado. Después me dijo que ella estaba feliz de haber aceptado el noviazgo, que siempre le gustó Ringo Walter pero que lo disimuló, que últimamente se veían como amigos en la peña de los lunes. Me convenció cuando me preguntó: “¿Vos no querías ser abuela de hijos míos?”. “¿Qué?”, le pregunté, “¿estás embarazada?”. Ella se rió a carcajadas y yo salí como loca a la vereda y me pegué la vuelta manzana a la carrera gritando: “¡Voy a ser abuela!"; me asomaba a los jardines, por las ventanas abiertas y seguía corriendo. Tropecé con un cantero y me reventé el dedo chiquito, pero seguí y seguí loca de alegría. Los vecinos se asomaban y me decían: “¡Te felicito, Fianza!”, y preguntaban: “¿De la chiquita o de la grande?”. “¡La mato!”, decía entre dientes, pensando en que Marianita me apareciera con un tema así.
        Cuando volví a casa, Flor, Ringo Walter y Marianita, me esperaban en el comedor; me quisieron atajar (porque yo estaba sacada) pero hice una gambeta y llegué hasta el living; con las manos temblorosas por tanta emoción marqué el número de teléfono de Raúl y cuando sentí que abrió la línea, sin poder contenerme y darle tiempo a que diga ¡hola!, le solté eufórica: “¡Iuju, vamos a ser abuelos!”. Del otro lado, un silencio medio largo me hizo pensar que Raúl estaba atragantado por la alegría y se estaba secando un par de lágrimas; de pronto, una voz de jefe de caballería, me aturdió diciendo: “¡Y a mí, qué carajo me importa, infradotada! ¡Marcá bien! ¡Me pasé la noche de guardia y vos me cortás el sueño!”.  ¡Ahhh!... ¡qué metida de pata!... ¡Siempre me pasa cuando me altero, no mido lo que hago! Con el rabo entre las piernas, fui donde estaban las chicas tomando mate con Ringo Walter, ¡y Flor en su falda! Apechugué la sorpresa y con cara de “qué me importa”, me senté para que me contaran hasta la última coma, de lo que pensaban hacer con sus vidas. “¡Nada, má!”, me contestó Flor con una sonrisa hermosa y distendida, que nunca antes le había visto. ¿Estaba más linda o me parecía a mí? A Ringo Walter, yo le clavaba flechas con la mirada, como diciéndole que si se atrevía a llevárseme a Flor, que me la cuidara; él me sonreía manso para tranquilizarme. Digo manso para no decir que tenía cara de babieca. ¡Se ve que mi hija lo tiene aturullado del metejón que se agarró con ella! ¡Ojo que ella también se ve que está perdida de amor por él! “¿De cuánto estás?”, quise saber. “¡Mamá!”, me chilló casi aturdiéndome. “¡No estoy de “compra”, recién empezamos a noviar con Ringo!”. “¿Y por qué me dijiste si quería ser abuela de hijos tuyos?”, le increpé impaciente por tanto enredo de palabras. Ella dijo que para eso iba a tener que esperar a que se casaran y que seguro no dejaban pasar más de dos meses. “¡Cuñado viejo y peludo!”, le soltó Marianita bien guaranga a Ringo Walter, mientras le daba un sopapo en la espalda.
          A mí no me entraba en la entendedera tanto cambio en mi vida. Los miraba a Ringo y a Flor mimándose y pensaba: “¡Es mentira, estoy soñando, estoy borracha, no es cierto!”. Cerraba los ojos para que todo se esfumara, pero al abrirlos allí estaban: ¡Felices y acaramelados! En un momento tiré la última bala. “¡Ringo!"… dije en tono firme: “¿Vos estás seguro de querer casarte con Flor? Mirá que Susi, sigue viudita y sin novio; si querés te la presento de nuevo”. “¡Mamá!”, se enojó Flor y se fue llorando a la pieza. Ringo Walter me miró ceñudo y me dijo que mi hija es un ser maravilloso y que con él va a ser feliz. Le pregunté si estaba seguro, porque doy fe que Flor es medio marimacho, pero él me contestó que no es así; que ella es muy dulce y femenina; que si hizo de varón en apariencia, fue porque yo le inculqué que ésta es una jodida sociedad machista, que las mujeres somos el último orejón del tarro, que el poder lo tienen los hombres, que las mujeres no tenemos los mismos derechos, etc. Me transmitió que él estaba seguro de que como ella quería conseguir su lugar en este mundo, decidió disfrazarse del más fuerte según el criterio de su mamá. Después se fue a consolar a su novia y a despedirse para ir al taller.
           Me quedé con los ojos llenos de lágrimas, chupando un mate frío y lavado; analicé que yo no había pretendido hacerle eso a mi hija; por lo visto, una a veces dice cosas sin medir qué mal ocasiona en el que escucha; para colmo, las palabras de un padre o de una madre, para bien o para mal, calan hondo en los hijos. “¡Ojalá Flor me perdone!”, dije en voz alta y me puse a llorar con la cara entre las manos, mientras recordaba lo duro que trabajó mi pobrecita hija en la carnicería, para demostrarle al mundo que las mujeres, si no tenemos la fuerza física de los hombres, somos dueñas absolutas de un poder de voluntad tremendo.
          Ya se me pasó la locura y dentro de mi cabeza estoy armando el vestido de novia de Flor y la fiesta; me freno un poco porque si no, me enloquezco de nuevo con la ansiedad.
          En unas horas estará regresando a casa la otra parte de la familia. Recién hablé con Raúl; con la tía Loly y Gonzalito no pude comunicarme, porque mi marido me dijo que estaban en una estación de servicio y ellos habían pasado al baño. Debo de estar pasada de vueltas, porque cuando Raúl me dijo eso, juraría que me pareció oír el ruido del camión, cuando está en marcha y le mete los cambios. Pero… ¡bueno! ¡Raúl no me va a decir una cosa por otra! Eso sí, está tan contento de que vuelve a casa, que subido a la pavada me dijo que me cuidara, porque esta noche con tanta pasión por ahí me hacía mamita de vuelta. Le contesté que ya se me había pasado el cuarto de hora y que si me hacía temer que pudiera quedar con la panza de nuevo, además de tomarme la pildorita le haría poner el capuchón.
         Estoy preparando un pastel de papas, ensalada, asado al horno con papas y de postre strudel de manzanas y nuez. Cambié las sábanas de mi cama, me depilé y cepillé bien el pelo. Quiero estar linda para recibirlos a los tres.
          Esta noche, también cena en casa Ringo Walter para pedirle oficialmente a Raúl, la mano de nuestra hija. La muy terrible de Marianita, le dijo que había escuchado de labios de su padre, que sin esa condición no iba a admitir un yerno. También viene Tamara a cenar, porque después Marianita se va a dormir a su casa y mañana van juntas al cole.
         No quise contarle a mi marido sobre el asunto de la carnicería, ni del noviazgo de Flor. Temí que se distrajera y la ruta está peligrosa. Seguro que Gonzalito lo ayuda a manejar. ¡Menuda sorpresa se van a llevar con tantas novedades!, ¿no?
          Bueno gente, los dejo. Mañana les cuento cómo reaccionaron Raúl y Gonzalito con el tema de Flor y Ringo Walter. ¡Cuando recuerdo que mi marido le puso distancia porque creyó que Ringo era gay!... ¡No lo va a poder creer! ¡Ahora va a ser su yerno! También, voy a poder contarles cómo les fue a ellos en Buenos Aires.
           Recién llamé a Fricasio y me dijo que me quede tranqui, que en la carnicería todo bien. Como este negocio no se puede cerrar, porque es el único lugar de Tuya que vende carne, le pregunté a Fricasio si no quiere trabajar para Flor y atendérselo. ¡Está más chocho que perro con dos colas! Dijo que cierra, busca a doña Dora de casa de una vecina y vienen  para acá, seguro que se sumarán a la cena. ¡Vamos a ser un batallón! Antes de cortar, le dije que mande un motomandado con un matambre y dos kilos de chuleta a la casa de Silvio Andreoli, porque no me quiso cobrar la visita y a mí no me gusta abusarme de la amistad. ¡Somos amigos, pero él trabaja de médico!
            Un abrazo virtual para todos y nos encontramos mañana si Dios quiere:

            Fianza Menditelli


PD: ¿Se acuerdan de Lucrecia Boris y su hijo-hija Taty? Hoy me llamó para decirme que la semana que viene van a venir a Tuya; le di las indicaciones de cómo llegar y las puso en el GPS, porque dice que en el mapa virtual no sale. Parece que Lucrecia quiere comprar una casa. Le comenté de la que está en la loma, ¡ahí Taty quedaría pintado! Les propuse que se hospeden en casa; colchones para tirar al suelo tenemos, comida no falta y mi corazón se alegra cuando se suman los amigos. ¡Ojalá a Lucre le alcance la plata para comprar el chalet de la loma!, así cuando la vaya a visitar por un ratito, sueño que el lugar es un poco mío.

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