¡Hola!... ¿Cómo andan todos?
Una alegría poder conectarme con ustedes a través del blog y mantener viva esta
amistad, que me permite relatar los aconteceres de mi vida y de Tuya, en
general. De esta forma siento que en medio de tanta indiferencia social, entre
ustedes y yo, logramos un contacto que, aunque anónimo de vuestra parte,
me hace feliz.
¡No saben!... ¡Tengo tanto para contarles, que creo que tendrá que ser por
tandas!...
Ayer, mi hija Florencia se vino a media mañana de la carnicería, porque le
dolían tremendamente las muñecas y las manos; dejó todo a cargo de Fricasio
Méndez (¿se acuerdan?, es el hijo de doña Dora). Antes, Fricasio ayudaba a mi
suegro en la carnicería, así que se conoce el oficio de taquito; cuando mi
suegro falleció, él siguió trabajando un tiempo más con Flor y después se puso
una verdulería. La cuestión fue que mi hija me dio un susto tremendo; estaba
re-pálida y tenía el estómago revuelto por el dolor en las articulaciones.
Urgente llamé a Silvio (el médico) y le dije: “¡Vení volando que Flor se siente
mal!”. Me contestó que estaba descartando muestras de medicamentos vencidos,
que cuando terminase, vendría. “Total, tus hijas son re-sanas, no debe ser nada
grave”, me dijo. Sí, mis hijas son sanas, pero si sufren o les duele algo, yo
me pongo loca, así que encocoritada como una yarará, le aseguré que ¡ya salía
para su casa a buscarlo en la moto de Flor! “¡Si vos no sabés andar en moto!”,
se burló. “¡Te busco igual!”, le chillé y corté. A los diez minutos estaba en
casa, vino con la mujer (Kalvia Nira Delpuente) y sus dos pares de trillizos:
las nenas de seis y los varoncitos de tres. Kalvia no podía quedar embarazada y
se hizo inseminación artificial (¿se dice así?, ¡después voy a averiguar!). Las
dos veces usó ese método para tener hijos y parece que cuando la gente se hace
esos tratamientos, pueden tener muchos chicos a la vez. Aclaro: Me dijeron que
inseminación artificial para las vacas; a las mujeres les hacen “fecundación in
vitro”. ¡Qué sé yo! La cuestión que no es de la forma común, hombre arriba y
mujer abajo o a la inversa; o sea, cuerpo a cuerpo, como una lucha, pero de
amor. ¡Pensar que a mí me tiran un calzoncillo usado y me embarazo! ¡Era el
fantasma que me perseguía cada vez que tenía que hacer el descanso con la
pastilla!; al DIU lo rechazaba y las inyecciones no me gustaban. “¿Te vino?”,
me decía Raúl con cara de preocupado, por la fecha que me indisponía. No era
que nos asustara la llegada de otro hijo, pero estábamos en la lucha por hacer
pie, terminar la casa…
Sigo con el tema anterior: los Andreoli tienen una combi para desplazarse
porque con tanto chico, un auto no les alcanza.
Raúl dice que cuando logre ahorrar unos pesos, me va a comprar un cachirulito y
me va a enseñar a manejar; yo le digo que no hace falta, ¡basta que todos
estemos bien!
Silvio revisó a Flor y le pidió que se haga “placas” de las manos y análisis.
Me sugirió que me vaya haciendo a la idea, de que esa chica no puede seguir tomando
frío y haciendo ese trabajo tan duro; que, no por ser machista, pero no es el
indicado para una mujer. Casi salto de alegría, a pesar de la preocupación que
tenía por las manos de mi hija. En realidad siempre luché para que fuese más
femenina y además no me hacía feliz verla lidiar con esa carnicería, pero ella
estaba empecinada y no quería cambiar de actitud. Al final, el médico le dio
una inyección de diclofenac y se le pasó enseguida; quiso levantarse y salir para
la carnicería, porque le llegaban dos medias reses del frigorífico, pero yo le
dije que ni ahí, que de casa no se movía; la tranquilicé, recordándole que
Fricasio es un as con la chaira y la cuchilla.
Me puse a barrer el pasillo que da a los cuartos, pensando que pronto volverían
mi marido, Gonzalito y la tía Loly. Golpearon la puerta de calle (tengo timbre,
¡eh!, pero acá en el pueblo se estila golpear las manos o la puerta). Era Ringo
Walter, creí que venía a preguntar cuándo llegaría Gonzalito, pero no, venía a
ver a Flor… ¡Qué atento!... pensé. ¡Bueno, es que nos aprecia mucho, de alguna
forma se enteró y se preocupó por mi hija, al punto de visitarla! Lo hice pasar
al cuarto y me fui a la cocina a preparar café; me surgió la duda si Ringo Walter
lo quería batido o no y me fui hasta el cuarto de Flor. ¡Casi me desmayo!
¡Ringo Walter y Flor besándose en la boca! No me oyeron entrar, así que salí
reculando a punta de talón y cuando gané el pasillo me apresuré a alejarme,
para volver haciendo barullo y darles tiempo a que recapacitasen. En mi carrera
hacia la cocina, se me cruzó Marianita que venía a mil, porque desde lo de
Tamara se enteró que el médico había entrado a casa con el maletín (¡acá se
sabe todo!) y pensó en una desgracia; quedé despatarrada en el piso, me ayudó a
levantarme y juntas entramos al cuarto de la hermana. Estaban charlando
amigablemente, pero yo estaba segura de haberlos visto besándose, ¿o me
pareció? “¡Batidito, Fianza!”, me contestó Ringo cuando le pregunté por el
café. Mientras lo batía con energía, hasta que quedó cremoso y blanco, pensaba…
pensaba…
Cuando salí de la pieza de Flor dejándoles la bandeja con cafecitos y galletitas,
se me apareció de golpe, la cara de un extraterrestre ojudo y de piel verdosa o
gris. ¡Ay, como grité!: “¡Aggghhh!... ¡Aggghhhh! Me apreté contra la pared y me
tapé los ojos; el corazón se me quería escapar del pecho. Marianita gritaba
también: “¡Shut, vieja, pará! ¡es una joda, pará, no grites, relajate!”. Miré
por la hendija entre los dedos y la vi con una máscara tipo escafandra en la
mano y me abalancé para tirarle un bollo por maldita y hacerme eso, ¡casi me
mata del susto! Me dijo que se la habían dado los chicos en el cole, para
embromarla por lo de la peli. Con el despelote se acercó Ringo Walter y me
apapachaba para que dejase de sufrir, detrás apareció Flor preguntando qué
pasaba y él le contestó: “¡nada, mi amor, ya está, volvé a la cama!”. ¿MI AMOR?
¿Cómo, mi amor? ¡Entonces vi bien, se estuvieron besando! Ahí nomás quise que me
explicase lo que estaba pasando y me contó que él y mi hija se habían
“arreglado” ayer. Me temblaban las rodillas y no podía razonar; mi cabeza era
el mismo despelote que el mercado de pulgas, sin pulgas; lo único que atiné a
hacer, fue sujetar el escobillón que había dejado apoyado en la pared cuando él
vino y comencé a darle escobillonazos por los hombros; Flor intentaba llegar a
mí, pero Marianita le ganó de mano y me lo arrebató. Yo no paraba de decirle:
“¡Viejo cochino, te creía un amigo! ¡Degenerado, vas a cumplir 36 años y mi
Florcita apenas tiene 24!”. Mi hija me abrazó pidiéndome que me serenase, que
tanta rabieta me iba a hacer mal, y era cierto, yo parecía un pollo mojado.
Después me dijo que ella estaba feliz de haber aceptado el noviazgo, que siempre
le gustó Ringo Walter pero que lo disimuló, que últimamente se veían como
amigos en la peña de los lunes. Me convenció cuando me preguntó: “¿Vos no
querías ser abuela de hijos míos?”. “¿Qué?”, le pregunté, “¿estás embarazada?”.
Ella se rió a carcajadas y yo salí como loca a la vereda y me pegué la vuelta
manzana a la carrera gritando: “¡Voy a ser abuela!"; me asomaba a los
jardines, por las ventanas abiertas y seguía corriendo. Tropecé con un cantero
y me reventé el dedo chiquito, pero seguí y seguí loca de alegría. Los vecinos
se asomaban y me decían: “¡Te felicito, Fianza!”, y preguntaban: “¿De la
chiquita o de la grande?”. “¡La mato!”, decía entre dientes, pensando en que
Marianita me apareciera con un tema así.
Cuando volví a casa, Flor, Ringo Walter y Marianita, me esperaban en el
comedor; me quisieron atajar (porque yo estaba sacada) pero hice una gambeta y
llegué hasta el living; con las manos temblorosas por tanta emoción marqué el
número de teléfono de Raúl y cuando sentí que abrió la línea, sin poder
contenerme y darle tiempo a que diga ¡hola!, le solté eufórica: “¡Iuju, vamos a
ser abuelos!”. Del otro lado, un silencio medio largo me hizo pensar que Raúl
estaba atragantado por la alegría y se estaba secando un par de lágrimas; de pronto,
una voz de jefe de caballería, me aturdió diciendo: “¡Y a mí, qué carajo me
importa, infradotada! ¡Marcá bien! ¡Me pasé la noche de guardia y vos me cortás
el sueño!”. ¡Ahhh!... ¡qué metida de pata!... ¡Siempre me pasa cuando me
altero, no mido lo que hago! Con el rabo entre las piernas, fui donde estaban
las chicas tomando mate con Ringo Walter, ¡y Flor en su falda! Apechugué la
sorpresa y con cara de “qué me importa”, me senté para que me contaran hasta la
última coma, de lo que pensaban hacer con sus vidas. “¡Nada, má!”, me contestó
Flor con una sonrisa hermosa y distendida, que nunca antes le había visto.
¿Estaba más linda o me parecía a mí? A Ringo Walter, yo le clavaba flechas con
la mirada, como diciéndole que si se atrevía a llevárseme a Flor, que me la
cuidara; él me sonreía manso para tranquilizarme. Digo manso para no decir que
tenía cara de babieca. ¡Se ve que mi hija lo tiene aturullado del metejón que
se agarró con ella! ¡Ojo que ella también se ve que está perdida de amor por
él! “¿De cuánto estás?”, quise saber. “¡Mamá!”, me chilló casi aturdiéndome.
“¡No estoy de “compra”, recién empezamos a noviar con Ringo!”. “¿Y por qué me
dijiste si quería ser abuela de hijos tuyos?”, le increpé impaciente por tanto
enredo de palabras. Ella dijo que para eso iba a tener que esperar a que se
casaran y que seguro no dejaban pasar más de dos meses. “¡Cuñado viejo y
peludo!”, le soltó Marianita bien guaranga a Ringo Walter, mientras le daba un
sopapo en la espalda.
A mí no me entraba en la entendedera tanto cambio en mi vida. Los miraba a
Ringo y a Flor mimándose y pensaba: “¡Es mentira, estoy soñando, estoy
borracha, no es cierto!”. Cerraba los ojos para que todo se esfumara, pero al
abrirlos allí estaban: ¡Felices y acaramelados! En un momento tiré la última
bala. “¡Ringo!"… dije en tono firme: “¿Vos estás seguro de querer casarte
con Flor? Mirá que Susi, sigue viudita y sin novio; si querés te la presento de
nuevo”. “¡Mamá!”, se enojó Flor y se fue llorando a la pieza. Ringo Walter me
miró ceñudo y me dijo que mi hija es un ser maravilloso y que con él va a ser
feliz. Le pregunté si estaba seguro, porque doy fe que Flor es medio marimacho,
pero él me contestó que no es así; que ella es muy dulce y femenina; que si
hizo de varón en apariencia, fue porque yo le inculqué que ésta es una jodida
sociedad machista, que las mujeres somos el último orejón del tarro, que el
poder lo tienen los hombres, que las mujeres no tenemos los mismos derechos,
etc. Me transmitió que él estaba seguro de que como ella quería conseguir su
lugar en este mundo, decidió disfrazarse del más fuerte según el criterio de su
mamá. Después se fue a consolar a su novia y a despedirse para ir al taller.
Me quedé con los ojos llenos de lágrimas, chupando un mate frío y lavado;
analicé que yo no había pretendido hacerle eso a mi hija; por lo visto, una a
veces dice cosas sin medir qué mal ocasiona en el que escucha; para colmo, las
palabras de un padre o de una madre, para bien o para mal, calan hondo en los
hijos. “¡Ojalá Flor me perdone!”, dije en voz alta y me puse a llorar con la
cara entre las manos, mientras recordaba lo duro que trabajó mi pobrecita hija
en la carnicería, para demostrarle al mundo que las mujeres, si no tenemos la
fuerza física de los hombres, somos dueñas absolutas de un poder de voluntad
tremendo.
Ya se me pasó la locura y dentro de mi cabeza estoy armando el vestido de novia
de Flor y la fiesta; me freno un poco porque si no, me enloquezco de nuevo con
la ansiedad.
En unas horas estará regresando a casa la otra parte de la familia. Recién
hablé con Raúl; con la tía Loly y Gonzalito no pude comunicarme, porque mi
marido me dijo que estaban en una estación de servicio y ellos habían pasado al
baño. Debo de estar pasada de vueltas, porque cuando Raúl me dijo eso, juraría
que me pareció oír el ruido del camión, cuando está en marcha y le mete los
cambios. Pero… ¡bueno! ¡Raúl no me va a decir una cosa por otra! Eso sí, está
tan contento de que vuelve a casa, que subido a la pavada me dijo que me
cuidara, porque esta noche con tanta pasión por ahí me hacía mamita de vuelta.
Le contesté que ya se me había pasado el cuarto de hora y que si me hacía temer
que pudiera quedar con la panza de nuevo, además de tomarme la pildorita le
haría poner el capuchón.
Estoy preparando un pastel de papas, ensalada, asado al
horno con papas y de postre strudel de manzanas y nuez. Cambié las sábanas de
mi cama, me depilé y cepillé bien el pelo. Quiero estar linda para recibirlos a
los tres.
Esta noche, también cena en casa Ringo Walter para pedirle oficialmente a Raúl,
la mano de nuestra hija. La muy terrible de Marianita, le dijo que había
escuchado de labios de su padre, que sin esa condición no iba a admitir un
yerno. También viene Tamara a cenar, porque después Marianita se va a dormir a
su casa y mañana van juntas al cole.
No quise contarle a mi marido sobre el asunto de la carnicería, ni del noviazgo
de Flor. Temí que se distrajera y la ruta está peligrosa. Seguro que Gonzalito
lo ayuda a manejar. ¡Menuda sorpresa se van a llevar con tantas novedades!,
¿no?
Bueno gente, los dejo. Mañana les cuento cómo reaccionaron Raúl y Gonzalito con
el tema de Flor y Ringo Walter. ¡Cuando recuerdo que mi marido le puso
distancia porque creyó que Ringo era gay!... ¡No lo va a poder creer! ¡Ahora va
a ser su yerno! También, voy a poder contarles cómo les fue a ellos en Buenos
Aires.
Recién llamé a Fricasio y me dijo que me quede tranqui, que en la carnicería
todo bien. Como este negocio no se puede cerrar, porque es el único lugar de
Tuya que vende carne, le pregunté a Fricasio si no quiere trabajar para Flor y
atendérselo. ¡Está más chocho que perro con dos colas! Dijo que cierra, busca a
doña Dora de casa de una vecina y vienen para acá, seguro que se sumarán
a la cena. ¡Vamos a ser un batallón! Antes de cortar, le dije que mande un
motomandado con un matambre y dos kilos de chuleta a la casa de Silvio
Andreoli, porque no me quiso cobrar la visita y a mí no me gusta abusarme de la
amistad. ¡Somos amigos, pero él trabaja de médico!
Un abrazo virtual para todos y nos encontramos mañana si Dios quiere:
Fianza Menditelli
PD: ¿Se
acuerdan de Lucrecia Boris y su hijo-hija Taty? Hoy me llamó para decirme que
la semana que viene van a venir a Tuya; le di las indicaciones de cómo llegar y
las puso en el GPS, porque dice que en el mapa virtual no sale. Parece que
Lucrecia quiere comprar una casa. Le comenté de la que está en la loma, ¡ahí
Taty quedaría pintado! Les propuse que se hospeden en casa; colchones para
tirar al suelo tenemos, comida no falta y mi corazón se alegra cuando se suman
los amigos. ¡Ojalá a Lucre le alcance la plata para comprar el chalet de la
loma!, así cuando la vaya a visitar por un ratito, sueño que el lugar es un
poco mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario