¡Hola amigos!
Voy a comenzar contándoles mi experiencia de dormir con la tía Loly. Ni bien
nos fuimos a la cama, me puse a pensar que mi hermosura griega estaba solito
durmiendo en la cucheta del camión y yo, con ganas de abrazarlo me tenía que
resignar a otra noche de su ausencia. Desde su cubil felino, mi león me llamó
por el celu para decirme que me quería, que me extrañaba, que tenía ganas de
estrujarme con amor y esas cositas lindas; yo mucho no podía hablar porque
tenía a la tía en nuestro dormitorio, pero sí, le dije con todo el corazón, que
lo amaba. La tía esperó a que yo cortase, para comentarme que era una pena que
los matrimonios se volviesen tecnológicos, mandándose mensajitos o hablando por
el celular todo el día, en vez de estar juntos más tiempo. Pensé que si hubiese
sido por mí, me hallaría enroscada como una boa en el cuerpo de mi hombre,
pero…
A eso de las tres de la mañana, me despertó un codazo; cuando salí del sopor,
pero medio dormida aún, escuché la voz de la tía que me decía: “¡Fía, Fía,
despertate, mirá para el lado de la cómoda, está el espíritu de tu mamá! Ella
mueve los labios sin voz, pero estoy escuchando lo que dice”. ¡Ay, puta madre,
casi me infarto del susto! Me tapé la cabeza con la sábana y desde allí le
decía: “¡Tía, no jodas con esas cosas, que me asusto!”. Saqué una mano para
encender la luz y me di vuelta para mirarla; Loly me veía con ternura, tenía
una luz especial en su mirada. Me dijo que así como estaba, parecía una niña
temerosa y me preguntó si le tenía miedo al espíritu de mi propia madre. Le
contesté: “¡Y sí, tía, esas cosas me causan impresión!". “Pero era tu
madre”, me dijo. “¡Igual!”, le contesté, y agregué: “¡Además, no me consta!”.
“¡Mirá que sos porfiada, eh!, ¿no querés saber qué decía tu madre?”, me
preguntó. “No tía, dejá todo así”. “Mirá Fiancita”, comenzó, “siempre viste al
espíritu de tu madre, lo que pasa que como estaba cubierto por el envoltorio de
la carne, lo podías apreciar sólo en tu corazón; por eso no tiene que
asustarte. Yo sé que vos, más que el no creer que vi lo que vi, lo que tenés es
una negación, porque seguramente sufriste mucho hasta aprender a dejarla ir de
verdad, pero no tenés por qué cerrar la sintonía con ella; siempre te va a
proteger y a acompañar, porque dicen que el amor de una madre perdura más allá
de la vida. Además la muerte no existe, es una mentira macabra que nos han
sembrado para ponernos vulnerables, para que sintamos miedo…”
“¡Ah!, ¿no?, ¿la muerte no existe?”, casi chillé, “y lo que está en el
cementerio, ¿qué es?, ¿verdurita o mi vieja?”. “Eso es el envoltorio, Fianza,
son los restos de una forma física que te permitió reconocer y amar, a lo que
verdaderamente fue tu mamá”, dijo la tía. “¿Y si la muerte no existe…?”, no
pude terminar la pregunta porque de pronto, comencé a percibir una fragancia a
lilas muy particular: ¡era el perfume que usaba mi madre! Me sentí vulnerable y
se me debe haber notado en la cara, porque Loly me apapachó diciéndome: “bueno,
bueno, ya vas a aprender de a poco”.
La verdad, estoy re-sorprendida con las cosas que dice Loly, es como si de a
ratos se volviese otra persona que me cuesta adivinar. ¡Bueno, no tengo que
olvidar que ella fue maestra, y de las de antes!
La cuestión fue que las dos terminamos desveladas; me picaba la curiosidad y la
ansiedad, por saber qué mensaje había creído ella, que me enviaba mi madre,
pero me dio miedo y no pregunté.
La tía Loly me dijo: “¿Querés que traiga la bandeja con el mate?” (ya eran las
tres y media de la mañana). Acepté para calmar la angustia desatada. Mientras
tomábamos mates, le pregunté si quería ver una peli, además porque necesitaba
dormir y en mi caso es automático, cuando estoy en la cama pongo la tele y me
duermo sentada. Ella aceptó y comencé a revolver la caja con pelis; mientras,
le iba comentando lo que había: todos los capítulos de “Vientos de agua”, los
de “Los Borgia”, los de “Sin tetas no hay paraíso…” y así seguí sugiriendo
opciones; como no me decía nada, me decidí por “Esperando la carroza”. Cuando
le dije el título, me dijo que mejor esa no y ahí caí que no era la adecuada
(aunque a mí me encantó esa película, la vi al menos ocho veces; ¡Gasalla es lo
más!). Al final encontré un DVD con diez capítulos de “Los Peques” (que también
he visto “chiquicientas” veces, porque me gustan estos duendes) y le
dije: “¡éste, éste te va a gustar, tía!”. Dejé de tomar mates y me dormí a la
mitad del primer episodio, mientras la tía disfrutaba entusiasmada, con los
dibujos y paisajes. El problema fue que para que comience cada episodio hay que
poner “play” y como la tía Loly no entiende el control remoto, ni se le da bien
con las inscripciones indicativas en la pantalla, cada diez minutos me
despertaba para que lo hiciese yo.
Me desperté tipo siete de la mañana; aunque estaba muerta de sueño, me levanté
para ir al baño y de paso husmear por dónde andaba la tía Loly. La encontré
bañadita y perfumada, cebándole mates a Raúl; estaban conversando como grandes
amigos. Cuando me vieron, me recibieron con amor y alegría; saludé a ambos y me
senté en la falda de Raúl, mientras tomaba un matecito espumoso y dulzón que me
había alcanzado Loly.
Tras una docena de mates, me recogí el cabello y me dispuse a preparar una
torta de los ochenta golpes, para el mate del partido de la tarde. La tía Loly
se fue a hacer la cama y Raúl salió para la carnicería de Flor, a buscar lo
necesario para hacer un asado; el día estaba nublado, pero con tal de comer
parrillada, nos abrigamos bien, nos arrimamos al fuego y sacamos a relucir el
sol que todos tenemos de reserva en el pecho.
La masa de la torta salió ¡genial! y la levadura leudó ¡bárbaro! Después le di
y le di a los golpazos contra la mesada enharinada, como para desterrar todo lo
que rondaba en mi cabeza y fuese negativo. Al fina perdí la cuenta y en lugar
de ochenta, deben haber sido como doscientos golpes: ¡pam, pam, pam!, parecía poseída.
Cuando volví a la cordura, estaba despeinada y transpirada como un verdadero
panadero.
La tía Loly volvió a la carga con el mate y mientras yo limpiaba el caos de
harina y preparaba una ensalada de lechuga y otra de papa y huevo para el
almuerzo, ella me convidaba. Le dije que no me cebara más, que con el estómago
vacío me daba languidez; ella me preparó una rodaja de pan untado con manteca y
miel; ese detalle me llenó de gratitud. Recapacité que son pocas las veces que
permito que me atiendan; generalmente soy yo quien atiende a los demás, pero
sinceramente, mal no me vendría que se ocupasen un poco más de mí; sería más
sano y constructivo para todos.
Cerca de las diez y veinte me bañé y le dije a la tía Loly si quería que fuésemos
a misa de once; me figuré que ella querría ir, pero no estaba segura si era
religiosa o no. Me contestó que si yo quería ir, ella me acompañaba; le
retruqué: “¡no, tía, si vos querés ir, yo te acompaño!”. Nos dio risa, porque
era como que ninguna de las dos necesitaba ir, pero lo hacía por la otra. “¿Sos
religiosa?”, me preguntó. “¡Creo en Dios a mi manera, tía!”, le respondí. “Pero
vas a misa, ¿no?”, quiso saber. Le dije: “Sentate, charlemos así te aclaro y
vos me aclarás lo tuyo y nos ponemos de acuerdo, para que no haya malentendidos
que puedan ofendernos mutuamente. Acá, hace cincuenta años que ejerce el
sacerdocio el padre Américo, que ahora tiene 70, como vos; es un hombre muy
carismático y muy sabio, no es un teólogo cerrado y chupa cirios; eligió esa
carrera creyendo que era lo que amaba y lo hizo despojándose de todo lo
material, para ofrendarlo a los más necesitados. Él nació en Italia y su
familia era tremendamente rica, dueña de la fábrica de cristales más famosa de
su país. No regresó a su patria, más que para recibir el traspaso de los bienes
que le tocaron en heredad (compartidos con un hermano). ¿Sabés qué hizo con
todo lo que le tocó? ¡Se lo dio a los pobres! Levantó una escuela, la iglesia
en Tuya, en fin, ayudó mucho; no se guardó un centavo. Es una persona alegre y
si ve que un vecino está levantando su casa o reformándola, él se arremanga
para ayudarlo a mezclar el pastón. Tengo buena onda con él, lo quiero, lo
respeto, lo admiro; es una persona genial, si es cura o no, me tiene sin cuidado.
A pesar de mis ideas personales respecto a la religión, pienso que no soy quién
para hacerle sentir desde mi indiferencia o con un enfrentamiento sutil y
estúpido, que cincuenta años de su vida ejerciendo el sacerdocio, ocho
años de seminario, el rechazo de toda posesión material y su arduo trabajo
social, no sirvieron para un carajo. Por eso voy a misa, lo visito, colaboro
cuando puedo y él, es tan sabio que adivina que me rebelo ante el hecho que se
autodenominen pastores de sus “corderos”; por eso conmigo curte otra onda; pero
tía, hay gente que lo necesita”, le afirmé, “y no como religioso, sino como ser
humano, porque en eso se merece un diez. Mirá, en una época en que andaba
buscándome a mí misma, estuve medio pelotudizada o mística, como quieras verlo;
pintaba remeras y cuadritos con el “om”, el yin y el yang, colgaba detrás de
las puertas el “pakua”, me construí una batería de pirámides sólidas o
aplanadas, no comía carne, ponía la otra mejilla, no fumé hierba, ni me
pichicateaba con drogas, pero era bastante hippie en el concepto de vida.
¿Viste?, todo onda “amor y paz”. Un día, me di cuenta que en vez de centrarme
tanto en lo etérico y pasar tanto tiempo solo conmigo, podía hacer cosas desde
ese pensamiento espiritual hacia afuera, hacia los otros con menos luz o más
dormidos; pero no desde la cháchara filosófica, sino desde el laburo, desde la
aplicación, y desde ahí no paré. No hago nada especial, me doy a la vida
íntegramente, con pasión, y me encuentro con los otros a través de la bendita
capacidad que tengo de meterme en sus “pieles” por así decirlo, libre de mis
propios preconceptos. Hubo momentos en que sentí que había acobachado
demasiadas semillas de fe, amor, esperanza, paz, etc., y que había sido para
nada; adentro, con esas semillas me creció un jardín, tía; aunque a veces
también le crecen espinos o yuyos malos y tengo que arrancarlos con mis propias
manos, a pesar del dolor, porque yo, Loly, soy la más imperfecta de todas las
criaturas. ¿Y vos, qué contás de tu mundo espiritual?”, quise saber. La tía se
paró y me abrazó re-fuerte, como si quisiera meterme dentro suyo y me dijo que
yo era su ángel, ¡menuda responsabilidad! Además, no quiero que ella se engañe
creyendo que soy una “santita”, porque suelo ser bastante jodida cuando me
pican los perversos; me sale una cosa de adentro que me hace capaz de matar o
morir. Nunca maté a nadie y todavía estoy viva, pero sé que esa fuerza que me
nace en momentos de indignación…
La tía Loly me hizo notar la hora y me propuso dejar lo suyo para otro momento,
así que salimos caminando para la capilla, en medio del sonido de las
campanadas, que llamaban a todas las personas que quisiesen escuchar la palabra
del hombre, para que les naciesen ganas de buscar una luz propia, que si
desean, la pueden llamar Dios.
En las misas de Tuya muchos feligreses tocan el piano, el órgano, la guitarra y
hay varios (mujeres y hombres) que tienen una voz digna de ser difundida. ¡Otra
que Il Divo; se quedan enanos al lado de los cantantes líricos de Tuya! Un
chico que se llama Antonio Cuevas, escribe las canciones. No son netamente de
alabanza a Dios en sí mismo, sino que se refieren a todo lo del Universo: el
agua, el amor, el sol, cosas así. Todos cantamos (yo grazno pero no me importa,
me hace feliz); a nadie se le va a ocurrir criticar la voz del otro, por eso
nos desinhibimos y nadie deja su boca cerrada, escondiendo rabias por la
autoestima herida.
El padre Américo siempre nos cuenta una historia y después reflexionamos todos
juntos; hace tiempo vinieron del episcopado y aunque él nada dijo, se rumoreó
que lo querían trasladar de Tuya porque era muy “condescendiente” (¡uf!, esa
palabrita metieron) con la gente. Parece que la idea era que en misa se hablase
de pecado, culpa, castigo y toda esa gansada absurda y caprichosa, que no me
va. No sé qué pasó, pero no vinieron más; si volvían después de lo que nos
enteramos, los sacábamos a patadas en el trasero, por perversos y
manipuladores. El padre Américo siembra amor y posibilidades, no culpas.
Me acuerdo de otra de mis épocas místicas, en que veía una cruz con Jesús
ensangrentado, colgado, con una corona de espinas, y no paraba de llorar hasta
que me alejaba de aquella imagen; era algo involuntario, inconsciente. ¡Pasaba
verdaderos papelones! Un día (cuando me hice más amiga del padre Américo) fui a
tomar mates con él, en la cocinita que está detrás de la sacristía; antes pasé
por la nave lateral derecha de la capilla donde hay una cruz de madera gigante
y ahí está clavado Jesús. Cada vez que tenía que pasar por allí, lloraba.
Bueno, ese día en especial vi que frente a la cruz, dos señoras con cara de
éxtasis, miraban hacia lo alto; para mi sorpresa noté que la cruz estaba vacía,
¡no estaba el Cristo! Entonces, “¿qué miran?”, me dije. Me puse a la par,
mirando para arriba, pero yo no veía nada; dije para mis adentros: “¡viejas
locas!”. El padre Américo me estaba observando intrigado desde la nave central;
justo salía, pero como llegué me invitó a tomar mates. Después que hablamos de
un festival que queríamos hacer para juntar fondos para los chicos de quinto,
le conté lo que me había pasado cuando entré a la iglesia; él me dijo: “¡Vení,
Fianza!”, y me llevó derechito a la cruz donde habían estado las mujeres de
actitud extraña. “¿Qué ves?”, me preguntó. Y miré y re-contra miré las maderas
de la cruz y ¡no vi nada! Américo me pidió: “¡Cerrá los ojos y dejame que te
guíe, vas a ver qué bella sorpresa!”. Cerré los ojos, el cura se puso detrás y
con sus manos guió las mías hasta la cruz. Cuando toqué, las saqué de un tirón
y abrí los ojos alarmada. ¡Había palpado los pies de Cristo!, pero no lo veía
con los ojos abiertos. Repetí sola la prueba y pasó lo mismo, subí con los
dedos y toqué las piernas. Estaba muy confundida, pero gracias a la sabiduría
del cura, pude entender; mi querido amigo en la vida y la espiritualidad, me
dijo que lo que me pasaba, más que un rechazo a aquella imagen doliente, significaba
que había puesto en marcha mi “propio” Cristo interior. Les aseguro que es el
día de hoy y sigo viendo esa cruz pelada.
Después de esto, me dijo: “Andá a la tercera fila y entregate a tu propio
corazón”. Lo hice así, mientras un tibio rayo de sol entraba por la alta
claraboya con vitral y sentí que me entraba una fuerza rara por la cabeza, que
me llenó de plenitud durante veinticuatro horas y me dejó en el alma, una
sensación que no se me fue más, como si me hubiesen quitado el peso de la vida
de encima y me hubiesen dejado la alegría de vivirla, no más.
A las doce y cuarto salimos de misa y rumbeamos para casa; la tía Loly pasó por
el kiosco y compró chocolates para todos y el diario “La Nación” para ella. Es
increíble pero no necesita anteojos de aumento, tiene la vista de un lince.
¡Sin anteojos para ver de cerca, yo no veo ni a tres sobre un burro!
Raúl ya tenía el asadito a punto hilo y las chicas habían puesto la mesa;
Gonzalito invitó a comer a Ringo Walter y estaban arreglando algo en el camión
de casa. Entre la tía y yo preparamos un vermoucito y nos juntamos todos a
tomarlo cerca del fuego. Mi marido no quiso porque tenía que jugar al fútbol;
dijo que temprano, para hacer la digestión, había picado un poquito de vacío y
que se reservaba para la torta que yo había hecho. Estábamos en la mesa
charlando y compartiendo en familia, cuando pasó una vecina preguntando a qué
hora era el partido; como es solita y no había almorzado, la invitamos a quedarse
y después a ir con nosotros hasta el campito de juego. Se llama Gema Trum,
tiene 67 años y es viuda de un sepulturero; cobra pensión municipal, tiene dos
hijos que cuando se hicieron grandes, ya recibidos de enfermeros se fueron a
Brasil. La pasamos lindo entre todos. La tía Loly y Gema se hicieron amigas,
pero me dio la sensación que Loly tuvo que bajar varios cambios para ponerse a
tiro con mi vecina. ¡Me estoy sintiendo orgullosa de Loly y me fascina
redescubrirla!
Dos y media de la tarde y el amor de mi vida, mi pantera negra, se apareció en
el comedor con el pantaloncito corto, las medias, los botines, la remera y el
buzo que representa a Tuya en el fútbol. La camiseta está hecha de tela de
algodón blanco con un número en la espalda, y en la pechera cada una tiene
bordado el apellido y estampado un puño cerrado y victorioso, y dice “Los
Linces” (así se llama el equipo). Nos fuimos todos caminando hasta la canchita,
con las sillas plegadas en mano, el canasto con las cosas del mate, matracas,
cornetas y demás elementos que usamos para hacer barullo y darle al partido el
ambiente de cancha “prestigiosa”…
Raúl se hacía el tranquilo, pero yo lo veía mirarme de reojo; cuando llegamos a
la cancha y él se estaba por ir con sus compañeros, le pegué un beso que casi
le como la boca y después, le dije que él era un campeón, el mejor jugador que
tiene el equipo, que soy su fan, que él es el más churro y todas esas cositas
lindas que me salen del corazón. Me apartó y me dijo: “¡Dejame negra, que voy a
perder la concentración y no quiero que vengan los de afuera a hacernos morder
el polvo a los machos de Tuya!”.
Las familias nos sentamos cerca del arco de nuestro equipo; la hinchada que
viene con el equipo visitante se amucha cerca del otro arco y en el segundo
tiempo, cada uno toma sus petates y hacemos el cambio.
Los jugadores que vinieron hoy, son de un equipo que trabaja en un pueblo de
canteras, tienen unos músculos como Hulk y son unas bestias carniceras; pero
nuestros muchachos tuvieron a todo un pueblo haciendo fuerza detrás, y ¿saben
qué? ¡GANAMOS! Diez a siete. ¡Pero perdimos! Les digo que en la cancha, se
mataron a golpes; patadas en las canillas, codazos, empujones, un jugador
visitante hasta lo agarró del pelo a uno de los nuestros y le mordió la oreja
después de tirarlo al piso. Como no podíamos meternos todos en la cancha para
fajarlo y hacerle soltar a nuestro jugador, todo Tuya hizo sonar las cornetas,
matracas y tapas de cacerolas, para que se dejaran de joder con tanta
violencia.
Fricasio Méndez (creo que se llama Nicasio pero todos le dicen Fricasio) es
verdulero, tiene 50 años y está soltero; vive con doña Dora, su mamá de 87. Hoy
la llevó al partido, pero ella se quedó dentro del auto acompañada por el cura.
Cada vez que los contrarios nos hacían un gol, doña Dora tocaba la bocina;
Américo se tapaba los oídos y los hinchas contrarios se morían de risa de
nosotros. Alguien gritó: “¡Fricasio, andá a decirle a tu vieja que se deje de
joder con esa bocina de mierda, que encima festeja los goles de estos
pelotudos!”. Fricasio se lo quiso comer crudo y le dijo: “¡Inútil, con mi vieja
no te metas, porque te calzo una piña y vas a tener que hacerte una cara
nueva!”. Ahí nomás intercedimos y todo quedó en la nada. Se notaba que en el
aire había discordia, como que había llegado con los de afuera, para despertar
las sombras de los de adentro.
En la mitad del segundo tiempo, una adolescente le tiró con una naranja de
ombligo a un nene de 7 años, nativo de Tuya; ahí nomás, las madres de ambos
armaron un alboroto agarrándose de las mechas y puteando a destajo; sus hijos
se metieron a sumar agresión, mientras todos los demás intentábamos separarlas.
El partido se paró hasta que se calmó el bodrio…
Ya dijimos, ¡a los de la cantera no los invitamos más, después de todo se jugó
por la camiseta, no por la vida!
Generalmente y porque nos copiamos del rugby, hay un tercer tiempo, donde todos
nos juntamos a comer empanadas o cosas así y charlamos amistosamente entre
familias; pero esta vez les juro que no se pudo. ¡Se armó tal despelote!
Cuando el referí hizo sonar el silbato que daba por finalizado el partido y
todos los de Tuya empezamos a festejar a lo loco, de pronto, no sé bien quién
inició el escándalo, pero llegó un momento en que fue todos contra todos; era
tal el caos que no se sabía quién fajaba a quién. En un momento dado, vi que
doña Dora se bajaba del auto con un palo en la mano y el cura venía por detrás,
para evitar que viejita como es, se metiera en medio del jaleo, pero ella venía
endiablada y estaba imparable; yo también quise apartarla, pero ella se mezcló
en la pelea mientras gritaba: “¡Fricasio, Fricasio!” y alguien le hizo volar la
dentadura postiza. Cuando su hijo vio esto, gritó: “¡Mamá, los dientes!”, y se
tiró al pasto para recuperarlos, pero llegó tarde; un bruto de los contrarios,
le metió el pie encima a propósito y los hizo bolsa; abajo estaba la mano de
Fricasio, quien se levantó agarrándose la muñeca y aullando como un lobo. Me
apresuré a sacar a doña Dora y llevándola casi a rastras, la metí en el auto.
Cuando me acerqué al epicentro del caos, una vieja sotreta le tiró una trompada
a Ringo Walter y como él la esquivó, se la puso en el ojo del cura. ¡Todo se
había vuelto una incontrolable barbarie!
La cancha parecía un pisadero de chanchos: termos rotos, yerba, azúcar,
buñuelos reventados, fruta, ¡se tiraron con todo! A mí me había entrado la
desesperación; de lejos vi que Raúl sujetaba las manos de una mujer para que no
le pegase, y por detrás la hija de ella aprovechaba a darle patadas en el
tobillo. Flor vio lo que la chica hacía con su padre y se le puso a la par para
surtirla a gusto. De pronto, cuando parecía que seguiríamos así hasta matarnos,
se oyó un ruido a motor y bocinazos estridentes; vi subir por la cuesta del
camino, al camioncito con mangueras, que tenemos en el pueblo para el caso de
un eventual incendio; lo manejaba Gonzalito y arriba venía Marianita, manguera
en mano, lista para “refrescar los ánimos”. Terminamos empapados y avergonzados
por tamaña calamidad; al final y aunque de entrada nomás, los otros trajeron
violencia, en la reflexión final nos dimos cuenta que no fuimos mejores que
ellos. Los partidos se idearon entre todos los pobladores de Tuya, para
mantener viva la llama varonil de nuestros hombres y la autosuperación personal
y quizás también, para que se pavoneen con sus destrezas delante nuestro y para
pasar un rato divertido, no para combatirnos con otros seres humanos. Además,
hoy aprendimos algo y se refiere a que, bregar por un solo ganador y denostar a
los perdedores, hace que el juego se vuelva dañino, porque no integra sino que
separa, divide y deja en soledad al que es ensalzado.
¡Se terminaron las matracas, las cornetas y todos los chirimbolos que usábamos
para hacer ruido cada vez que metíamos un gol! En el futuro se festejará cuando
corresponda, con un aplauso, sea de un equipo o de otro; en Tuya decidimos que
destacaremos el logro en sí, aunque sea del contrincante; por algo se llaman
partidos amistosos.
Luego que los visitantes se fueron y todos nos hubimos secado y puesto ropa
limpia, volvimos a la cancha y dejamos todo ordenado; me dio pena verlo a
Fricasio con la mano dolorida, pero tía Loly llevó átomo y le hizo unas
fricciones. Lo de la dentadura de doña Dora no se pudo solucionar, pero
Marianita “pasó la gorra” y se juntó lo suficiente para una nueva. El ojo del
cura tiene un moretón, que al mirarlo nos hace avergonzar a todos, porque es
fruto de nuestras reprochables actitudes. ¡No sé!... ¡Lo peor es que creo que
por un momento, yo misma disfruté de ser parte de aquella gresca!
Los tres agentes de policía que tenemos en la zona, llegaron a los postres y terminaron
hechos sopa.
El tipo que es forastero y vive en la casa de piedra cerca del cerro, ni aportó
por la cancha.
De paso… en la refriega vi a Loly meter unos cuantos mamporros, muerta de risa;
ella lo niega y me dijo que aquella bestialidad estaba muy lejos de su
temperamento “conciliador y pacifista”.
Bueno, los dejo, abochornada y con el cuerpo dolorido, porque a mí también me
pegaron duro. Mañana tengo que ir al hogar de abuelos, porque en el partido me
la encontré a Frida Puelza y me recordó el compromiso.
Me despido de todos ustedes agradeciendo una vez más que visiten mi blog,
logrando que me sienta acompañada.
Fianza Menditelli
PD: Para el
próximo partido, los jugadores de nuestro pueblo llevarán camisetas nuevas;
tendrán estampada la cara de un lince, porque la figura del puño victorioso nos
daría rechazo, haciendo que recordemos todas las piñas que se repartieron hoy y
que van a quedar en nuestro recuerdo como vergüenza general.
Hoy fui tu campañia, en la lectura, no en el sueño.
ResponderEliminar¡Gracias, Nauro! Un abrazo.
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