Portal a Tuya
Comparto con ustedes la producción
literaria de un blog llamado “Portal a Tuya”, que mantuve activo por algunos
meses y luego procedí a cerrar, debido a la escasez de tiempo en que me
sumieron diversas ocupaciones de índole social y familiar y además estaba
finalizando y editando dos de mis novelas.
Mi intención actual es compartir una
vez más el material que conservo y una vez finalizada la última entrega veremos
qué sigue.
Esta producción literaria bizarra y con
un lenguaje para nada coloquial fue un desafío, pues debí “meterme” en la piel
de mis personajes para adivinarlos por dentro e intentar no cambiarles nada que
mi sentido social estructurado me dijese que sí debía hacerlo.
Sinceramente me divertí mucho
escribiendo este blog y cada vez me convenzo más que de eso se trata la vida:
divertirse con seriedad.
Entonces, vaya para ustedes, amigos, la
reapertura del “Portal a Tuya”.
Decidí subirme
a la nave…
Unos
dicen que navegan porque están en la web y otros andan navegando porque con sus
mentes vagan por “mundos paralelos”. De las dos, elijo la primera opción, así
que acá estoy, dispuesta a compartir con ustedes todo lo que pase en Tuya.
Soy
Fianza Menditelli. Tengo 47 años y vivo con mi familia en una casa sencilla,
ubicada en un pueblito serrano llamado “Tuya”. Aquí nuestra existencia diaria
puede resultar monótona, excepto durante alguna fiesta popular, un cumpleaños,
un fenómeno atmosférico, el sacudón de algún deceso o el hecho de llevarse a
cabo alguna boda o el nacimiento de un pueblerino más. También sacude nuestra
tranquila rutina, la llegada al pueblo de cualquier forastero, al cual todos
los ojos de Tuya lo persiguen hasta el hartazgo.
Hace
poco se instaló casi al pie de los cerros, en una antigua casa de piedra, un
hombre misterioso. Rara vez aparece por el caserío y cuando lo hace, habla lo
necesario y esconde su mirada tras anteojos oscuros. Ha comprado un par de
hectáreas que rodean a la casa y las ha cercado con arbustos. La intriga
respecto a esta persona es general, pero su hermetismo es tal, que nadie ha
podido saber qué hace, a qué se dedica, de dónde vino. Lo extraño es que la
policía averigua todo por estos lados, no se les pasa nada por alto; sin
embargo, a este fulano no lo han molestado en absoluto. Se me ocurre que si
quiere esconder algo, no es astuto de su parte manejarse con tanto misterio,
porque no hace más que aumentar nuestra curiosidad.
Sabido
es que las peores cosas y las acciones más repudiables, los que saben cómo
funciona la mente humana, las llevan a cabo frente a la cara de los demás;
entonces uno piensa: “¡Esto es terrible, pero si lo hace público me imagino que
será una tapadera; vaya a saber lo que hay detrás! Y así, nos zampamos de un
solo bocado una barbaridad tras otra y al rato nos olvidamos sin más.
Algún
día me voy a enterar qué hace acá este hombre, que por el acento debe ser
extranjero.
Sigo
con mi propia vida... Estoy casada hace 27 años con Raúl, un camionero cachondo
que, no es porque sea mi marido, pero ¡tiene un lomo infernal! Alto (1,90
metros), fornido, perfil griego, morocho, de ojos verdes y con bigote a lo
Fredy Mercury. No lo puedo negar, todas las chicas de quince para arriba se lo
devoran con los ojos y él se ríe diciéndome: “¡No les des bola, mamá!”. Yo le
contesto que no soy su mamá y que el problema no está en si yo les doy bola o
no, el tema es que él sí les da bola porque las saluda (lo he pescado)
piropeándolas y cayéndosele las babas cada vez que una de ellas pasa moviendo
el tujes. ¡Sí, Raúl es un mujeriego incurable (para colmo vive en la ruta),
pero yo lo amo locamente y juntos la pasamos bien! Él me protege, me mima,
jamás está de mal humor, trae dinero a casa, en la cama me hace sentir que
tengo veinte años y que soy la musa inspiradora de sus arremetidas de semental
incurable e insaciable. Tiene 50 años y parece de 35. Es humilde pero tiene su
autoestima elevada y hay pocas cosas que lo enardecen, por ejemplo, los celos
que le despierta cualquier hombre que ronde cerca de mí más de tres veces. Hace
trece años no tenía viajes con el camión y como Florencia (nuestra hija que
tiene 24 años) y Gonzalo (nuestro hijo de 21) eran chicos aún, se fue a
trabajar con un contratista que estaba haciendo rutas en el Sur. En esa época
yo estaba embarazada de Mariana que, por esas cosas misteriosas del Universo,
me salió pelirroja, de ojos azules, pecosa y con la piel blanco leche. A los 5
años se parecía tanto al plomero que siempre me arregló todo en casa, que Raúl
sintió celos y de sopetón me dijo que no lo llamara más, que ese tipo me miraba
“con ganas” y que la nena era tan parecida a él, que la gente iba a salir
diciendo boludeces, como que no era una Policarpo (es el apellido de Raúl).
Mi
hija mayor, Flor, es de carácter cambiante; por más que yo insista en que se
arregle de un modo más femenino y le regale ropa acorde, ella deja todo
acobachado en el placard y se viste de una forma demasiado simple o varonil
para mi gusto. ¡Bueno, tiene 24 años, por ahí al crecer cambia! Tengo que
reconocer que es audaz y que no le hace asco a nada; cuando terminó el
secundario se fue a trabajar a la carnicería de mi suegro que, cuando falleció,
se la dejó en heredad. Ella solita desposta una media res con la misma
facilidad con que yo trozo un pollo. Cuando le pregunto si le gusta algún chico
o si tiene novio, me mira como para traspasarme con el filo de su mirada y me
contesta: “¡No me jodas, má!”. Al rato viene, me abraza y me dice que no me
haga la cabeza con un yerno, porque ella no tiene tal cosa en sus planes. Dice
que nunca se va a casar, ni a tener hijos, porque no piensa darle un
“esclavito” más a estos hijos de puta. Así piensa y me apena porque no voy a
poder ser abuela de sus hijos, ya que no los tendrá. De todos modos, me queda
la esperanza en Gonzalo y creo que éste sí, me va a traer varias novias y con
varios problemas encima. Hasta ahora no ha traído ni una chica a casa, ni
tampoco lo hemos visto por ahí, pero tiene cara de vago, además es un
bomboncito; ¡igualito al padre!, pero de modales más sutiles. Le gusta leer,
toca la guitarra (tiene una Fenders), trabaja en un taller mecánico (hace la
parte de electricidad). El dueño del taller es Ringo Walter, de 35 años; lo
conocemos desde hace diez años, cuando vino a vivir a Tuya. Se decía que se
había separado de su mujer y que no tenía hijos; nos hicimos amigos porque le
enseñó a Gonzalo electricidad del automotor y le dio trabajo. En realidad,
Ringo es una persona amable y no ha dado que hablar; es muy reservado, pero
alegre y siempre dispuesto a dar una mano a quien lo necesite. Yo suelo pasar
seguido por el taller, llevo buñuelos o torta y les cebo unos mates;
curiosamente, Raúl no me cela con él, y además mucho no lo pasa porque suele
decirme: “¿fuiste a la guarida de ese tipo raro?”. Me enojo y le digo que no
sea así, que no diga esas cosas, y él me responde con una pregunta: “¿Cuándo lo
viste a Ringo con una mina, vos? A ver, decime”. En realidad, jamás lo vimos
con una mujer y es verdad que no agarró viaje cuando le quise hacer “gancho”
con Susi, que hace tres años enviudó y anda con una necesidad tremenda en la
entrepierna; pero eso no quiere decir que sea raro. Hay gente que aprende y se
toma su tiempo para volver a intentar. Dicen que el que se quema con leche,
cuando ve una vaca llora. Y por los chimentos que traía el viento que lo
precedía a Ringo, él se quemó con leche porque la mujer que tenía le clavó los
cuernos hasta el tuétano y él la quería.
Mi
nena más chica, Marianita, es un cascabelito. ¡Cada vez nacen más rápidos e
inteligentes estos chicos! Ella guglea, twitea, que el facebook, que internet
todo el día para todo... Está haciendo el secundario y es muy popular entre sus
amigos. El otro día, Raúl la reprendió diciéndole que sus amigos le parecían
muy zafados por la edad que tienen, que hablan de sexo como si se tratase de
masticar un chicle, así de sencillo, y ella le contestó: “¡No seas retro, pá!,
¡don uorri que no le voy a entregar el bosque al primer leñador que pele el
hacha!” ¡Ay, Dios mío! ¡Cómo hablan estos chicos de hoy en día! Si yo le
hubiese contestado así a mi padre, otra hubiese sido la reacción.
A mis
hijos nunca les pegué, eso es de brutos. Además, el psicólogo que dio la charla
en el preescolar cuando Flor era chiquita, dijo que si uno le reprimía cosas al
chico, de grande podía drogarse o salir “rarito” y esas cosas. Me dio pena el
pobre tipo, de alguna manera nos aconsejó y nos abrió indirectamente su
corazón, para darnos a entender que a él de pibe lo habían reprimido o cascado.
Siento
que ahora que los chicos están crecidos y Raúl está tan poco en casa, limpio
sobre lo limpio, persigo a Marianita, que cuando no me soporta me hecha flit,
escarbo el jardín todos los días y cambio las plantas de un lugar a otro,
chusmeo con todas las mujeres de la cuadra, miro la novela… Ya nada parece ser
suficiente. Creo que voy a buscar un empleo. Algo voy a poder hacer. Tengo el
bachiller, pero la verdad que no me acuerdo ni jota; no sé si me enseñaron mal
o yo no aprendía más que de memoria, como un loro y ahora la memoria me deja en
banda. Leer no me gusta, mi abuela decía que las mujeres que leen son
consideradas peligrosas. ¡Pobre, andaba arterioesclerótica y decía cualquier gansada!
Igual yo no leo ni las notas del cuaderno de comunicaciones de Marianita, ¡las
firmo y chau!; total… ¿para qué?, si siempre son las mismas boludeces: que la
de química falta o que la de matemáticas no va o que salieron antes porque no
apareció la de historia o que la Cámpora no sé qué, y así…
Hechas
las presentaciones de rigor y con la idea de crear un puente de amistad e
intercambiar opiniones con ustedes y de paso para dejar de ser la única
atrasada del pueblo que no tiene una vida cibernética, voy a escribir todo lo
seguido que pueda (también para exorcizar todo lo que me angustie) y compartir
con quien lo desee mis experiencias personales, que si bien son simples,
sencillas y pueblerinas, no dejan de tener la importancia que tienen las vivencias
de un ser humano.
Ahora
me voy a preparar un pancito casero y unos ñoquis a la romana.
Hasta
pronto:
Fianza Menditelli
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